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    2018-10-29

    Es interesante notar que el consumo en este caso es una forma de elusión. En vez de los contactos que Guillermo desearía tener, ve porno. Antepone el control SAR 405 su deseo. Cuando puede irse a dormir tarde, porque no trabaja al otro día, entonces madruga viendo porno. Trabajo – porno – masturbación. Sería un circuito de autocontrol de baja intensidad, dado que entrega placer, pero de modo vicario: lo veo, luego me masturbo. Es autoproducción solitaria del placer, en la que la masturbación solo es un ejercicio físico desestresante. Se producen acoplamientos técnicos entre los discursos sexuales y los laborales. Liliana es diseñadora gráfica y dice que antes de tener una relación sexual “hace un boceto” en su cabeza: diseña sus coitos. Se define a sí misma como imaginativa y le gusta ver por anticipado lo que hará. Dice que maquina en su cabeza sus deseos, así como Guillermo regulaba sus impulsos mediantes frenos y válvulas. El lenguaje del sexo y sus prácticas se entrecruza con el lenguaje de la rapidez del consumo y de los servicios. Algunos informantes hablan desexo exprés, como los servicios de mensajería que ofrecen celeridad en sus entregas o las tiendas de comida rápida. Augusto habla de evitar los trámites, nuevamente en términos organizacionales o burocráticos. Prefiere ir a los cuartos oscuros o ligar por el chat, porque así se evitan los rodeos, todos los rituales del cortejo. Entre un deseo y su cumplimiento se acorta el tiempo y se simplifican los procedimientos. Entre el deseo y su satisfacción se extiende una línea recta que evita las complicaciones y los desvíos. Paradójicamente, esa rapidez y expedición en el contacto representan un proceso de desubjetivación. Augusto dice que el sexo se despersonaliza en el anonimato y señala que finalmente solo se es un cuerpo. La historia personal que el informante menciona se significa como una ropa que uno se saca y se pone según lo desee. En la rapidez del contacto de algún modo desaparece el sujeto, hay un lapsus subjetivo; la subjetividad en la topología de Augusto sería justamente el rodeo, el trámite, el nombre y la historia. La subjetividad es una línea curva. Esta desaparece y queda el cuerpo, anónimo y expuesto. El cuerpo, que aparece, en alguna medida, como el último reducto para que el sujeto despliegue sus fantasías, ausentándose y despojándose de sí mismo, surge como una superficie que permite momentos diferenciados de satisfacción. Un uso del saber científico permite describir el cuerpo como objeto y distinguir sus funciones. La sexualidad se incluye dentro de ellas. Nino se pregunta: “¿qué es mi cuerpo?”, y despliega su teoría personal sobre el tema. Responde mediante una descripción cuasi científica de sí mismo: vincula necesidades fisiológicas, crea una degradé de interacciones posibles. Cada cosa tiene un lugar dentro de esta corporalidad tecnificada. El sexo ocupa uno, de mayor intensidad, pero contiguo a contrast otras necesidades y demandas corporales: comer, bañarse, ir al baño. La penetración de los lenguajes organizacionales y del desarrollo personal permite leer la propia identidad sexual como un factor de éxito o fracaso. David, quien ocupa un alto cargo en una empresa multinacional, dice que ser gay es un hándicap ante los otros. Lo considera un defecto o una discapacidad que lo pone a él, de algún modo, fuera del convenio social. El informante tiene claro que ese convenio es heteronormativo, pero no lo cuestiona, sino que lee su diferencia como un defecto personal que debe considerar para relacionarse con los demás y actuar en el mundo. En los mercados laborales competitivos y flexibles, David tiene un factor en contra que debe compensar. Abandonando el lenguaje y los imaginarios de la enfermedad, las diferencias se transforman en cualidades o defectos personales. El consumo, los discursos y prácticas sociales que articula forman parte, en nuestra opinión, de un régimen de significación posmoderno, en términos de Lash (2007). El posmodernismo, escribe Featherstone, “comprende cambios en las prácticas y experiencias cotidianas de distintos grupos que […] comienzan a emplear regímenes de significación de distintas formas y a crear nuevos medios de orientación y nuevas estructuras de identidad” (Featherstone 2000: 113). Lash describe el régimen de significación posmoderno como figural: privilegia lo visual, desvaloriza los formalismos y yuxtapone significantes que provienen de distintos contextos, enfatiza el hacer, y opera “a través de la inmersión del espectador (consumidor), de la investidura relativamente inmediata de su deseo en el objeto cultural (de consumo)” (Lash 2007: 220). La desregulación aparente de la vida social, la cual hemos leído como un rasgo de las sociedades de control, y la diversificación de las relaciones sociales obligan a cada sujeto a construir una narrativa para su deseo y su sexualidad. El mercado y el consumo operan como narrativas modulares: entregan las piezas para que cada sujeto las arme como quiera. Ante la pesada y obligatoria gramática de la religión, por ejemplo, estas narrativas son flexibles, diversas y acomodables en distintos contextos. Cada cual debe hacer su propio boceto, como nos dijo Liliana, o regular sus máquinas psíquicas y corporales, como lo hace Guillermo. En el campo de la sexualidad no parece haber otra regulación que la que cada quien se pone a sí mismo.